miércoles, 5 de enero de 2011

FRANCISCO BRINES

FRANCISCO BRINES.
Premio Reina Sofía de Poesía 2010

Los espacios de la infancia

¿Por qué las cosas de la infancia guardan
Las estancias secretas de la Realidad?
¿Porque el ser existía, y no existía el tiempo
Como si fuese siempre este acabar?

(Vuelve a latir mi corazón de niño.
Después de una carrera sofocada
Me he tendido debajo del ciruelo,
Y olvidado de todos, contemplo el llano, abajo,
Y los naranjos quietos que llegan hasta el mar.
La mar está calmada y la tarde en silencio.
¿Quién me llama?
Más súbita, una abeja,
Que es el zumbido del mundo,
Ronda las ramas bajas, y acecho su Presencia.

Todo es igual a mí, todo es un mismo Dios,
Sólo que en mí yo vivo,
Y también en el mar, en el ciruelo abierto
O dentro del sosiego de su sombra,
En las alas sonoras de esta abeja,
En este goce ardiente que aplaca la fatiga.
Se mece vasto el sol en cipreses y casas
Y va dorando el agua que corre por los huertos.
Han tocado mis ojos el esplendor del mundo.)

Alguien llega después, me toma de la mano
Y me deja desnudo, entre sábanas frescas,
Para que así penetre, con el sueño, la noche.
Estoy ahora acechando el caer de la lluvia.
Se abren grandes y negros los ojos en la Sombra.

A la tarde en el huerto sigue el mágico curso
Del niño envuelto en lluvia (que golpea el balcón)
Y el tacto de las sábanas.
Reconoce el cobijo
Y el miedo de los ojos abiertos a la nada
Que él puebla o que le pueblan.
Todo es un mismo dios, y el niño lo comulga.
Todo es siempre presente,
Pues todo se sucede y nada acaba.
No hay tiempo, sólo espacios.
Y todo allí vivía: el mundo descubierto
Y el ser, aquel asombro.

¿Aún vive tanto amor?
Como un olor perdido, se presenta de súbito
Para que lo retenga (mis ojos se humedecen),
Llega su melodía, la quiero recobrar
Y todo se pierde.