Antonio Carvajal publicó su primer libro de poemas, Tigres en el jardín, en 1968, libro que dedicó a Vicente Aleixandre; ya desde ese momento, y de manera tan temprana (publicó el libro cuando sólo contaba con 23 años) aparecen en su obra la belleza y la maestría de su escritura, la perfección formal y técnica de sus versos, la madurez en el oficio de poeta, y el tono y los temas que lo convirtieron en uno de los poetas imprescindibles de la poesía española de nuestro tiempo, como demuestra este poema:
Sólo para tus labios mi sangre está madura,
con obsesión de estío preparada a tus besos,
siempre fiel a mis brazos y llena de hermosura,
exangües cada noche, y cada aurora ilesos.
Si crepitan los bosques de caza y aventura
y los pájaros altos burlan de vernos presos,
no dejes que tus ojos dibujen la amargura
de los que no han llevado el amor en los huesos.
Quédate entre mis brazos, que sólo a mí me tienes,
que los demás te odian, que el corazón te acecha
en los latidos cálidos del vientre y de las sienes.
Mira que no hay jardines más allá de este muro,
que es todo un largo olvido. y si mi amor te estrecha
verás un cielo abierto detrás del llanto oscuro.
Pero es mucho más.
Su poesía, que ha sido clasificada dentro de varios grupos (barroquismo, generación del 70), trasciende todas las etiquetas posibles. Se aparta de modas y escuelas para adquirir siempre una libertad expresiva que está mucho más allá; porque lo que sorprende siempre de sus poemas y está siempre presente en ellos es la sinceridad y el amor hacia el oficio con el que están escritos; el apasionamiento, la belleza... lejos de servidumbres. Ya lo expuso él en algún poema...
la libertad. Habíamos
alzado nuestras manos
a los frutos de todas
las heredades. Susurramos: Nunca
más estos frutos
nos tentarán. Seremos
hijos de nuestro esfuerzo
y brillará el futuro como...
Negados a los usos, no cabía
trasladarse a otro mundo
que iluminara sueños
con realidades,
que levantara nuestros ojos sobre
un mundo de palabras, tan henchidas
para el gozo de hablar
y de saber.
Y dijimos: Tus dientes
son como los piñones, tan parejos;
tus pupilas, semáforos
de vía libre; el cuello
como una levantada grúa: todo
tu ser como edificio de oficinas.
Y nos mirábamos.
Y nos quedaba
una congoja extraña: Son tus dientes
las guijas que el arroyo lava; son
tus pupilas feroces como soles
de estío, y es tu cuello
tibio cerezo en flor. Tu cuerpo todo
este valle gozozo que caminas...
Pero ya era imposible
la libertad. Queríamos
incorporar el mundo
que hacíamos al sueño; pero el sueño
lo rechazaba. Apenas
conteníamos todos la sonrisa.
¿Acaso
nos burlábamos de
nuestro fracaso?
Aquello
no nos sonaba bien, no nos decía
nada para el futuro. Y el futuro
había ya pasado. Era imposible
la libertad. Y el oro
y las perlas, y el álamo y el cedro
y los pastores líricos y el cisne
y la rosa y el labio como grana
cobraron su alto aprecio y su prestigio.
Servidumbre de paso